la sigue por un pasillo

Él la sigue por un pasillo apenas existente, entran en la primera puerta. Mientras mira maravillado los libros piensa en la forma en que ella los ordena. Intenta dilucidar aquel minúsculo enigma, puede ver agrupados algunos que clasificaría como filosofía y ciencias sociales, algunas novelas con lomos de colores, temas de género, feminismo. Entonces ella sentencia:

-Vamos a tener que dormir juntos, no hay más espacio.

-Sí, dale.

Mientras él mira los libros decidiéndose por cual examinará con más cuidado, ella, se desabrocha el pantalón dejando ver dos muslos que a él le parecen hermosos, la piel dorada no la imaginaba cuando miraba el rostro tan blanco, las piernas largas hacían que el transito del pantalón entre los muslos y las rodillas fuera un momento fuera del tiempo, fueran movimientos imprecisos como lo es el tiempo en los sueños.  Luego, esa desnudez es cubierta de golpe por un pantalón de pijama muy holgado. Para cuando ella se cambiaba la parte de arriba él ya no la miraba, una vez acostada él pregunta (y luego se siente muy tonto, tonto como no se sentía hacía tiempo).

-¿me saco los pantalones?

-¿tu duermes con pantalones en tu casa? Repone.

-no, entonces me los saco.

Él está nervioso, ella le dice que se relaje, que deje de temblar, hasta entonces él no se había percatado de los movimientos involuntarios de su cuerpo, y no era la primera vez que se metía en una cama con una mujer, no era la primera vez que sentía el aire enrarecido por las expectativas de los segundos venideros que, a diferencia del aire generado por las expectativas a largo plazo, carece de esa tibia tranquilidad o intranquilidad que casi se puede moldear con los dedos. Esta expectación más bien le pesaba sobre todo el cuerpo, era densa y sólida. De repente y en plena oscuridad se besan, se tocan, hay una pausa, risas, luego lo mismo una vez más, él la penetra, se contorsionan en un silencio pactado, bañados por la oscuridad. Ella sobre él, él siente su sexo muy húmedo y lo impresiona la forma en que ella pese a estar por encima busca la cercanía, no solo la de su pelvis, o de su pene, busca la cercanía del abrazo. Él toca sus piernas los muslos que antes vio mientras revisaba los libros ahora los toca como a dos tigres de circo, buscando el equilibrio que supone acariciar una fiera y no un gato, baja las palmas hasta las pantorrillas, sube por los muslos, se detiene en su culo, intenta abarcar la espalda, los hombros. Ella busca su pecho, su abdomen, logra tocar algo de su espalda, mientras persiste en movimientos que oscilan entre lo rítmico y lo impredecible, él finalmente eyacula.

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